Nadando con el tiburón ballena, nadando con gigantes

Era nuestra segunda ocasión en la isla de Holbox, en la primera recorrimos la isla de cabo a rabo en un carrito de golf, visitamos su cenote, sus islotes aledaños y disfrutamos de sus solitarias playas, vimos las ruinas de las mansiones olvidadas castigadas por huracanes y gozamos de su excelente gastronomía, pero en aquella ocasión dejamos una cita pendiente… En esta segunda escapada teníamos que nadar con los gigantes.

Hay que comenzar diciendo que para llegar a Holbox tienes que pasar por Chiquilá, un pequeño pueblo pesquero aproximadamente a 2 horas y media al noroeste de Cancún yendo por la vía libre a Mérida. Se puede llegar en transportación privada en tours organizados, en autobus o en vehículo propio. Chiquilá tiene la suerte de estar frente a la isla de Holbox y por tal motivo la vocación del pueblo gira alrededor de la atención a los visitantes y residentes de Holbox que están de paso para la isla. Hay restaurantes, estacionamientos hoteles y tours para los que llegan temprano o a los que les agarro la noche y no pudieron cruzar.

Chiquilá Q.Roo

Después de dejar el auto estacionado en un garaje público y de desayunar unas nutritivas empanadas en una fonda, abordamos el ferry para cruzar. El ferry tiene horarios fijos que van desde las 6 am a las 7 pm, aunque también existen lanchas privadas que te cruzan por unos 30 dólares en la cooperativa de pescadores. El cruce varia de 20 minutos a 1 hora dependiendo si tomas la panga de autos, el ferry o las lanchas privadas. Nosotros cruzamos en ferry que es el medio que utiliza la gran mayoría que visita la isla, dura alrededor de 30 minutos. Realmente no vale la pena cruzar tu auto en la panga.

Holbox es una isla de aproximadamente 40 kilómetros de largo y unos 2 de ancho con la curiosa forma de tiburón. Ahí se pueden hacer un sinnúmero de actividades todas relacionadas con el ecoturismo, como kayak, puedes visitar las islas aledañas de los pájaros con unas 30 especies de aves de migración, la pequeña isla de la pasión o visitar la reserva de Yum Balam. En Holbox puedes encontrar todo tipo de alojamiento como hostales, bungalows, hoteles económicos y en la zona hotelera más alejada del pequeño centro algunos hoteles boutique para los más sofisticados.

Isla Holbox

Entre los meses de mayo a septiembre la isla recibe a su visitante más famoso, el nombrado tiburón ballena, también conocido como pez dominó por sus puntos característicos. El tiburón ballena ni es tiburón ni es una ballena en realidad es un enorme pez que llega alcanzar los 15 a 18 metros de largo, haciéndolo el más grande del planeta, se alimenta de plancton en la superficie de los mares cálidos, es por eso que se les puede ver con facilidad y es inofensivo.

Ya a bordo del ferry, a los pocos minutos de iniciada la travesía, un par de niños que reciben los boletos nos preguntaron si teníamos reservación de hotel o si iríamos a nadar con el tiburón ballena, sin reparos nos dieron el nombre de un hotel y de un amigo que realiza el tour, nos ofrecieron renta de un carrito de golf (casi el único medio de locomoción en la isla, aparte de las bicicletas y motos). Nosotros conocíamos un par de lugares a los que nos gustaría llegar pero no teníamos reservaciones y muchas veces escuchar a los enganchadores ayuda a conocer otras ofertas y otras opciones. Decidimos dejarnos llevar y le pedimos a los niños que nos llevaran al hotel que nos ofrecieron y con gusto hablaríamos con su amigo para rentar un carro de golf y escuchar su oferta para el tour.

Al desembarcar nos llevaron a lo largo de la calle principal y nos condujeron a un hotel frente a la concha acústica del pueblo (una especie de parque de usos múltiples), nos gustó el lugar a unos pasos del mar. Desempacamos, luego nos presentaron a Felipe y después de algunos minutos ya teníamos concertado un tour para el día siguiente a primera hora. Y es que en la isla todo fluye con tranquilidad y para ser honestos los precios son básicamente los mismos regulados por las cooperativas, pero se pueden negociar. Ya con el resto de la tarde libre decidimos caminar por el pueblo, tomarnos unas cervezas León y cenar una deliciosa pizza de langosta.

La cita

6:30 de la mañana y el mundo se despierta en el Caribe mexicano, tenemos una cita con los gigantes. Desmañanados y emocionados esperamos al chofer quien nos recogió en el hotel y nos llevó al muelle en un carrito de golf. 10 minutos después nos encontrábamos en el muelle y ya esperaban en la lancha unas 6 personas más.

Empezamos la travesía en bote casi en silencio, la lancha comenzó su viaje acariciando las curvas de la isla con pequeñas olas, algunos pescadores ya estaban en el mar realizando su jornal y saludaban amistosos a los improvisados marineros. Navegamos por más de una hora en un mar calmo y diáfano, todos en la lancha observaban la magnificencia del mar murmurando muy quedo, viendo el amanecer casi en silencio como para no despertar al sol, hasta que alguien rompió el silencio y gritó: ¡delfines! y todos voltearon a verlos, la lancha disminuyo su velocidad para poder observarlos mejor y un escuadrón de soldados delfines nos escoltó durante algunos minutos. En el horizonte ya no se alcanzaba a ver la tierra. Tomamos algunas fotos, pero ese era solo el entremés, el plato fuerte aún nos esperaba más adelante, el capitán siguió su marcha y nos dijo que pasando la Isla Contoy (ultimo pedazo de tierra del territorio nacional) estaríamos cerca del área de avistamientos.

Las instrucciones

Nos dieron un sándwich y un juguito en tetra pack, pero nosotros como buenos paisanos ya habíamos cargado un par de coca colas y unas papas para amortiguar el hambre. El capitán repartió el equipo de snorkel y la emoción se respiraba y se sentía entre los presentes. Una pareja de la CdMx. preguntó si se podían tocar las ballenas y el capitán dijo que no, pero que si lo hacían las tocaran de la cabeza a la cola porque si lo hacían a contra pelo (es decir a contra escamas) las escamas les podían cortar la mano.

Tiempo después un hervidero en el agua rompía con las tranquilas aguas planas del mar abierto y el capitán dijo que eran peces raya, los cuales volaban con sus enormes alas alrededor de cardúmenes de peces creando el hervidero que se veía en la distancia. Era señal de que estábamos cerca.

El contacto

Ya habían pasado más de dos horas y media cuando encontramos otra lancha con turistas y junto a ellos el imponente pez. El capitán dijo que nos pusiéramos el equipo y que buscaríamos otra ballena para nuestro grupo y que bajaríamos de dos en dos. En poco tiempo el capitán apagó el motor y fondeamos junto a nuestro tiburón ballena, ahí estaba tranquilo en el agua como un enorme camión a medio hundirse, con las aletas dorsales y la enorme boca sobresaliendo del agua. El capitán dijo que debíamos bajar con cuidado sin saltar ni hacer mucho ruido par no espantar al pez ya que su reacción era escapar. Cada pareja permanecería unos 15 minutos y luego regresarían y si había posibilidad daríamos una segunda vuelta.

Después de la breve explicación dijo que entraríamos de acuerdo al orden en el que estábamos sentados y que él bajaría con nosotros para ayudarnos. Luego de una revisión ocular me di cuenta que seríamos la segunda pareja en entrar al agua. La primer pareja bajó y nadaron junto al pez mientras los que aguardábamos en la lancha tomábamos fotos y tratábamos de ver que sucedía. Cuando regresaron la emoción y la adrenalina no les dejó darnos ninguna recomendación. —Es su turno, prepárense —dijo el capitán—, saltamos y en un segundo estábamos en el agua junto al enorme animal, los nervios, el agua fría y el hecho de estar en medio del mar abierto flotando con una cámara en la mano hicieron una mala combinación, sin contar que el pez dominó nada con una velocidad que impone, así que mi experiencia fue básicamente verle la cola mientras se alejaba de nosotros.

Decepcionado regresé al barco y la siguiente pareja continuó con el tour, les dije a los que faltaban que se olvidaran de tomar fotos y que nadaran lo más rápido que pudieran junto a su cabeza para que no les diera un coletazo…

Como suele suceder, a los demás les toco que el pez se quedara casi inmóvil y hubo una que se atrevió a tocarle incluso la aleta dorsal mientras su amiga le tomaba la foto. Tenía esa sensación de fracaso y cierta envidia en mí. Pero el capitán dijo que había tiempo de una segunda vuelta, así que armado con un plan de ataque me zambullí en el agua con la firme intención de aprovechar el repechaje de nado y de seguir mis propios consejos. En esta ocasión nadé con fuerza hacia el frente tratando de adivinar su recorrido y me encontré de frente con el pez mientras abría su enorme boca para comer su almuerzo, ¡fue glorioso! Nadé muy cerca de él, pero no lo toqué, me olvidé de tomar fotos, pero sin duda eso me ayudo a que disfrutara más el encuentro. De regreso a la isla, ya con el hielo roto entre los nadadores, fuimos hablando y recordando lo acontecido minutos atrás, mientras yo con una sonrisa pintada en la cara pensaba que ya podía marcar esa casilla de mi lista de cosas por hacer en la vida… acababa de nadar con un gigante.

¡Pos ya qué! , a eso vine … ¡cómeme tiburón!

Francisco Mundo

Profesional del turismo con más de 20 años de experiencia en hotelería, bodas y servicio al cliente. https://www.cozumeldwm.com

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